El quehacer político se ha vuelto una práctica que raya entre la disciplina surrealista y la complacencia de absoluta conveniencia. El imperio de los mismos personajes han propiciado que en partidos como el PRI, lejos de constituirse en férreos argumentadores sobre las fallas en el sistema democrático y gubernamental, se convaliden políticas y leyes a diestra y siniestra a cambio de negociaciones que otorgan migajas.

La burocracia dejó de ser obesa pero sigue siendo onerosa. Parece ser que nunca se apostó por lo que era realmente necesario. En realidad no se necesitaba más dinero, sino más recursos humanos, materiales e intelectuales.

La estatización de muchas de las ramas productivas de la nación ha dejado en descontento a todo el empresariado, que ya no está dispuesto a cooperar. Después de las elecciones intermedias en 2021, la ilusión se rompió.

Vimos estupefactos y con tristeza cómo la oposición política al unipartidismo de MORENA nunca pudo organizarse y se tradujo en la falta de postura y fortaleza para hacer frente al aparato de estado operando por un partido.

La gente, aunque cada vez más desconfiada e incrédula, decidió refrendar su voto de confianza hacia el partido del Presidente.

Vimos pasar proyectos legislativos sin pies ni cabeza e implementarse políticas públicas sin sustento alguno, todas aplaudidas por un público expectante de una buena noticia o un guiño de su líder máximo.

Encontramos en la renovación de la Cámara de Diputados una mayoría todavía más aplastante de MORENA, que defendió la bandera de la continuidad para concretar todo lo que su Presidente había prometido.

La oposición se perdió. Los liderazgos ajenos al partido ya no existen. El PRI estuvo cerca de perder su registro nacional, al igual que el PAN. El PRD sólo lo conservó a nivel local, al igual que Movimiento Ciudadano que encontró en Jalisco su único coto de poder.

Los gobernadores perdieron toda la disciplina existente. La discusión presupuestaria es obscena al verlos pelear a gritos en el recinto parlamentario por un poco más de recurso.

La actitud positiva del Presidente ha menguado, pero no tanto como la de sus colaboradores. El reciente nombramiento del candidato presidencial del partido mayoritario mermó con el espíritu de los pocos que se sentían listos para seguir el proyecto de nación que se prometió en 2018.

Nuestro país ya no es lo que era antes. No regresamos a la época del cacicazgo descarado. Tampoco volvimos al partido hegemónico. Estamos más bien en un nacionalismo ultra, más afín al fascismo o nazismo.

Pocos programas sociales pudieron sobrevivir al duro castigo presupuestario.

Y aun así, parece que no tenemos de otra. La opción para disentir es el silencio. Sólo eso. Conformarse y callar, pues no tenemos más. Este es el futuro que permitimos regalar a nuestros hijos. Este fue el camino que decidimos tomar. No nos queda más que aceptar.

Y la pregunta obligada: ¿el PRI re evolucionado se preocupó por estar listo en ese momento para recomponer al país con patriotismo?, ¿un partido que no aprendió la lección perdió la oportunidad para prepararse con honestidad, profesionalismo y entereza para llegar a ese día?. ¿Finalmente se erradicó la simulación, los intereses personales, el divisionismo, el canibalismo exacerbado y la falta de generosidad y empatía entre correligionarios partidistas?

El futuro no va a esperar. ¿Será este nuestro destino? Por el bien de la patria ojalá que el mañana sea reluciente. Al tiempo.