¿En que se diferencian un perro y un gato? Según algunos, en que el perro, al mirar como su amo lo cuida, piensa: “este me alimenta, me baña y me procura. Seguramente debe ser un ángel”. En cambio, el gato piensa: “este me alimenta, me baña y me procura. Seguramente yo debo ser un ángel”. Esto puede aplicársele a mucha gente que se siente merecedora de todo, y que por ello, cree que hasta puede exigirle a Dios que haga inmediatamente lo que le pide.

“Soy Rey de Misericordia –dijo Jesús a santa Faustina-,  Si llamo a las criaturas a la vida, esto es el abismo de Mi misericordia”. Todo lo que nosotros somos y poseemos es un regalo de Dios! Él nos ha llamado a la existencia, poniéndonos por encima de las demás criaturas. Él nos ha rescatado, tras la caída del pecado original, entregándonos a su propio Hijo, por el cual nos ha comunicado su Espíritu Santo y nos ha convocado en la unidad de su familia, la Iglesia, para que podamos llegar a ser sus hijos, partícipes de su vida plena y eterna.

Pero todo esto ha brotado de su amor misericordioso; gratuito, generoso, siempre fiel, dispuesto al perdón. No han sido nuestros méritos los que nos han obtenido tantas bendiciones, sino la bondad de Dios. Por eso san Cesáreo de Arles decía: “Dulce es el nombre de la misericordia… y si el nombre es tan dulce ¿Cuánto más no lo será la cosa misma?”. “Deberías estar agradecido, contento y feliz por el honor que se te ha concedido”, comenta por su parte san Basilio.

Ser humildes, perseverar, y dar misericordia

Esto es lo que podemos aprender de la mujer cananea, quien con fe, le pide a Jesús que cure a su hija. Él no hace caso a sus insistentes invocaciones, ni siquiera cuando los discípulos interceden por ella, que no era judía. “Yo no he sido enviado a las ovejas descarriadas de la casa de Israel”, afirma el Mesías. Así, es claro que la mujer no tiene derecho de exigirle nada. Ella lo reconoce con humildad. “Señor, también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. “Esta mujer –comenta san Juan Crisóstomo-, no le pidió más que misericordia”.

Ante la perseverancia y la humildad de esta desconocida, Jesús condesciende: “Mujer, ¡qué grande es tu fe”! Que se cumpla lo que deseas” (Mt. 15, 21-28). “Con estas palabras, Jesús señala a esta humilde mujer como ejemplo de fe indómita –cometa el Papa Benedicto XVI- su insistencia en invocar la intervención de Cristo es para nosotros un estímulo a no desalentarnos jamás y a no desesperar ni siquiera en medio de las pruebas más duras de la vida”.

Ella representa a los pueblos no judíos que, lejos de la fe autentica, “eran rebeldes contra Dios, y ahora han alcanzado su misericordia” representa a los “extranjeros” que han buscado el verdadero Dios,  y que ahora en Cristo, ven cumplida la promesa divina: “los llenaré de alegría” ¡En Jesús “la religión ya no es un “buscar a Dios a tientas” (cfr. Hch 17, 27), sino una respuesta de fe a Dios que se revela”. En Él Dios se ha hecho hombre para la salvación de todos. 

Por eso, “Cristo es el cumplimiento del anhelo de todas las religiones del mundo y… su única y definitiva culminación”. ¡Que gran regalo se nos ha concedido! Un don que debemos compartir. “¿Con que cara te atreves a pedir, si tu te resistes a dar?” –comenta san Cesáreo. 

Y afirma: “Quien desee alcanzar misericordia en el cielo debe practicarla en este mundo”. “El amor –escribe el Papa Benedicto XVI-, en su pureza y gratuidad, es el mejor testimonio del Dios en el que creemos y que nos impulsa a amar”. Como Jesús seamos misericordiosos con los que nos rodean, ofreciendo a todos un amor gratuito y generoso.