He ido siempre adelante de mis sueños en una carrera, a veces feroz. 
Me iré cuando mis sueños me alcancen para convertirme nuevamente en uno de ellos; en el sueño triste de una tarde de verano que soñó conocer la verdad —Le dijo mientras limpiaba el pincel con el que había terminado de delineado un retrato de su abuela—.
Es tan breve la estancia y la distancia tan inmensa. Quién puedo imaginar este loco sueño de vigilia eterna. Inmenso rompecabezas, un juego de azar que forma torbellinos de belleza incomprensible. Un juego que no tiene perdedores ni ganadores. —Reposo ella, casi murmurando—. 
—Así es, continuó él; mientas daba un paso hacia atrás para contemplar su obra—. La risa pesa tanto como el llanto y el lamento, la lejanía, como la estancia infinita del abrazo amoroso. La piel, como el espíritu, el espíritu,  como las estrellas, las estrellas como un velo de mariposas. El odio, como la paz y la armonía.  
Que ingeniosa locura, este misterioso juego que es una simple ilusión  que abraza con ternura a la ilusión, emoción infinita que juega  al gato al ratón. Quién puede ensartar con certeza el hilo de sus pensamientos en la aguja de lo cotidiano cuando el aire que respira va quién sabe dónde llevando consigo la vida a cada instante. Que ingeniosa locura… 
A veces miro al cielo como si eso bastara para recobrar algo de consciencia. No, no alcanzo a ver el final. —Concluyó ella—.