En el corazón de París, la arteria fluvial conocida como el Sena ha sido testigo de siglos de historia, desde romanos hasta modernos amantes que pasean a lo largo de sus orillas. Pero detrás de la postal pintoresca y las melodías de acordeón se esconde una realidad menos romántica: durante su historia, este río emblemático ha servido como un vertedero acuático, un desagüe enmascarado que desde 1925.

Ahora, con los Juegos Olímpicos de París 2024 en el horizonte, las autoridades francesas han lanzado un plan tan alocado como sensible: limpiar el Sena para convertirlo en el escenario de eventos olímpicos.  

Y no solo para el evento inaugural, donde más de 10 mil deportistas navegarían por el Sena hasta Trocadero, pero como evento en sí. Sede para albergar competiciones de natación y triatlón a nivel olímpico.

Sí, ha leído bien. El río que alguna vez fue el desagüe de París se prepara para ser el escenario de hazañas atléticas.

La idea, aunque suene a una utopía audaz, no es solo una muestra del deseo de Francia de mostrar su grandeza al mundo; es un símbolo de un cambio de paradigma más amplio. En un mundo donde los ríos se han convertido en víctimas de nuestra propia negligencia ambiental, el sueño de limpiar el Sena y devolverle su esplendor original es, en última instancia, una llamada de atención global.

Si París puede transformar un río que una vez fue un vertedero en una joya olímpica, ¿quién dice que no podemos hacer lo mismo con nuestros propios ríos, donde sea que estén?

Así como el Sena ha sido el desagüe de París, el Atoyac ha sido testigo mudo de su propio declive. Ambos cuerpos de agua, una vez venerados como fuentes de vida y sustento, han sido relegados al papel de alcantarillas a cielo abierto.

El plan de recuperar el Sena lleva más de 30 años en los tinteros de la planeación, ¿cuántos llevamos intentando rescatar el Atoyac, Valsequillo, todos nuestros cuerpos de agua estatales y nacionales? El plan costó arriba de 1.5 mil millones de dólares ¿acá cuánto hemos invertido?

Ambos ríos, condenados a cargar el peso de nuestras acciones, nos recuerdan la urgencia de enfrentar la crisis ambiental que enfrentamos. La limpieza del Sena en París, aunque desafiante y casi utópica, sirve como un faro de esperanza para aquellos que luchan por la rehabilitación del Atoyac y otros ríos contaminados en México y en todo el mundo.

Como el Sena, el Atoyac es más que un simple curso de agua; es un símbolo de identidad, un testigo de la historia y un reflejo de nuestra relación con la naturaleza. Si París puede atreverse a soñar, ¿no deberíamos nosotros también aspirar a devolverle al Atoyac su antigua gloria? Un tributo a la voluntad humana de superar sus límites, incluso cuando el camino hacia la grandeza se desliza entre las corrientes de lo imposible.